Fuí criada entre algodones en el seno de una familia de las más influyentes y adineradas de Inglaterra. Hija única de padres , quizá, mayores para tener hijos. Pero no nací por ese motivo débil y enfermiza, muy al contrario, me engendraron sana y fuerte, pero con demasiados mimos. Era como si fuera una gema de valor incalculable a la que había que proteger, pues de ella dependían muchas cosas. Hoy día, pienso que pagué un precio muy alto por haber nacido en ese lugar que no había elegido, ni tampoco estuve rodeada por las personas más adecuadas para una niña que quedó sin padres a los cuatro años, por un accidente de aviación.
De mi se hicieron cargo unos tíos, por una temporada, después entre ellos y el albacea que dejó mi padre, acordaron que lo mejor para mí, sería meterme en un internado porque al haber más niños, al menos, tendría a mi alrededor criaturas iguales a mi en edad.
En mi mente infantil no llegaba a entender por qué de repente no volví a ver a mis padres, ni estaba en mi casa con Fanny, la cocinera, que me hacía unas galletas riquísimas, ni el señor Preston, que me llevaba y traía en el coche cuando salíamos a casa de alguna visita ni tampoco era Londres en donde vivía. Nadie me explicó nada, porque a pesar de mi corta edad, yo lo hubiera entendido.
De buenas a primeras me ví frente a un enorme edificio que nunca había visto y según me indicó cariñosamente mi tío junto con el albacea, esa sería mi casa a partir de ahora, al menos hasta que tuviera más edad. Creo que si hubiera venido con nosotros Sue o Fanny se me hubiera hecho más llevadero.
Recuerdo que protesté ante esas breves explicaciones, y chillé cuanto pude, gritando que quería estar en mi casa con mi papa y mi mama. Pero la mirada que me echó el albacea-, hizo que mis gritos y mis llantos cesaran en el acto. Cuando bajamos del coche, me sentí más pequeña de lo que realmente era, frente a la imponente fachada del internado Wycombe Abbey. En un lado de la portada había un cartelón de mosaico en el que decía " Internado para señoritas".
- ¿Internado? ¿ No voy a salir nunca, es eso lo que significa?
Recuerdo que cuando me portaba mal, mi madre me amenazaba con meterme en un internado, y se me quedó muy grabada esa expresión y entendí que aquello era un castigo
- Pero ¿ por qué ? He sido buena
Se me hizo un nudo en la garganta y las lagrimas afloraron a mis ojos. Ahora estaba todo claro: mi madre no deseaba verme por haberme portado mal y me ha traído a este horrible lugar. Esa sensación de orfandad al no ver a mis padres a mi lado, la frialdad del trato de mis tutores y el estar fuera de mi entorno, fue creciendo dentro de mí día tras día y año tras año. Mi carácter se fue moldeando y me volví una niña triste, poco habladora y solitaria. Recuerdo que el primer día de clase fue demoledor pàra mí. No conocía la disciplina que ellos imponían y al no seguirla, los castigos se sucedieron. Las habitaciones las compartíamos dos chicas, pero eran tan austeras que a veces daban la sensación de que eran celdas, y no dormitorios de niñas. Tan solo un osito de peluche era lo que me permitieron que estuviera conmigo.
Meredith, se llamaba la compañera con la que compartía el dormitorio. Era un año mayor que yo, por eso no nos veíamos en clase.
El toque de queda era a las ocho de la noche, y teníamos que estar con los dientes, la cara y las manos lavados, puesto el camisón, y hasta metidas en la cama. Hoy lo recuerdo casi con horror y considero que ese hermetismo con las reglas, amargaron nuestros mejores años. Una vez a la semana, por lo general los jueves, recibíamos la visita de nuestras familias, menos yo, que nadie vino a verme en mucho tiempo. Recuerdo que la primera vez que tocaba turno de visita, yo estaba impaciente y pensaba que a mis padres se les habría pasado el enfado y al fin acudirían. Pero no fue así, y sería imposible en lo sucesivo puesto que habían fallecido. Pero tampoco nadie de mi casa se acercó a verme, y harta de esperar, comprendí que no vendría nadie, ni recibiría ninguna carta . Que estaba como en una cárcel a perpetuidad. Y veía con envidia a Meredith, porque a ella si venían a visitarla.
Las que no teníamos visita, nos llevaban a la biblioteca y allí permanecíamos hasta que pasaba la hora, todas las familias se marchaban y nosotros íbamos al comedor, cenábamos, y a la cama hasta el día siguiente. En la biblioteca conocí a Mildred y nos hicimos amigas; ambas estábamos en las mismas condiciones.
Y así, lentamente, pasaron los días, los meses y los años. Y por fín entraría en el bachillerato. Era muy inteligente, a decir de mis profesores, pero mi carácter era taciturno, tímido y concentrado en sí mismo.
Un día, sorprendentemente, una de mis profesoras me anunció que tendría una visita: se trataba del albacea, mister Menzies, que tenía que tratar algunos asuntos con el director del internado y con mi tutor en los estudios. Terminaba en poco tiempo la fase de primaria y comenzaría secundaria. Supe mucho tiempo después que lo que tratarían sería amoldar mi cerebro para la carrera que iba a desarrollar: Económicas, dado que mi destino sería, como heredera del emporio familiar, dirigir la empresa y a los accionistas.
No me gustaban las matemáticas, pero inexplicablemente, tenía mucha facilidad para asimilarlas, aunque es no fue el motivo, al contrario me hubieran querido menos lista y algo más tonta.
Una vez terminada la entrevista con el director, me llevaron a la presencia del albacea en el mismo despacho. Me saludó impersonalmente, como si hiciera que me había visto cinco minutos. El mismo hermetismo y la misma frialdad que yo recordaba. Tan solo una débil sonrisa en su rostro al yo entrar en la estancia
- Señorita Randall, ha crecido mucho , está muy alta y bonita.
Me dieron ganas de decirle ¡ claro si hubieras venido mas a menudo, no lo notarías tanto ! . Pero me límité a sonreír levemente y a bajar la cabeza; me daba vergüenza el piropo que me dijo, seguramente nada más que por cortesía. Una vez se hubo marchado, subí a mi habitación y me miré al espejo para comprobar si en verdad había cambiado. Me giré para contemplarme desde todos los planos y al estar de frente, tiré hacia abajo la blusa del uniforme ajustándola a mi cuerpo, pero quedé decepcionada, yo seguía lisa como una tabla de planchar. Sólo se me ocurrió decir frente al espejo
- Bah, es un mentiroso. Es una mentira como todas las que me dijeron. Soy tonta, fea y delgada.
Y es que mi cuerpo estaba cambiando, dejando atrás la niñez y abriéndose paso los primeros síntomas de que ya no era tan niña. Pero seguía sin saber los cambios que en verdad experimentaría y que había visto en otras chicas en cursos delante del mio, por eso al tener mi primera menstruación me desmayé, y Meredith, mi compañera de cuarto, tuvo que llamar apresuradamente a la tutora, y fue ella la que me puso en antecedentes de lo que de ahora en adelante notaría, y por ello no debía alarmarme ya que era de lo más natural
- No debes asustarte. Te estás convirtiendo en una mujer, y serás preciosa
Aquella noche dormí muy molesta e incómoda, pero Meredith me dijo que ya me acostumbraría. Pero no pude evitar llorar; estaba asustada por aquello que me pasaba y que nadie me avisó que ocurriría. Y sin pensarlo, a pesar del tiempo transcurrido, eché de menos a mi madre. Me tapé la cara con la almohada silenciando mis sollozos y muy tarde, me quedé dormida
De mi se hicieron cargo unos tíos, por una temporada, después entre ellos y el albacea que dejó mi padre, acordaron que lo mejor para mí, sería meterme en un internado porque al haber más niños, al menos, tendría a mi alrededor criaturas iguales a mi en edad.
En mi mente infantil no llegaba a entender por qué de repente no volví a ver a mis padres, ni estaba en mi casa con Fanny, la cocinera, que me hacía unas galletas riquísimas, ni el señor Preston, que me llevaba y traía en el coche cuando salíamos a casa de alguna visita ni tampoco era Londres en donde vivía. Nadie me explicó nada, porque a pesar de mi corta edad, yo lo hubiera entendido.
De buenas a primeras me ví frente a un enorme edificio que nunca había visto y según me indicó cariñosamente mi tío junto con el albacea, esa sería mi casa a partir de ahora, al menos hasta que tuviera más edad. Creo que si hubiera venido con nosotros Sue o Fanny se me hubiera hecho más llevadero.
Recuerdo que protesté ante esas breves explicaciones, y chillé cuanto pude, gritando que quería estar en mi casa con mi papa y mi mama. Pero la mirada que me echó el albacea-, hizo que mis gritos y mis llantos cesaran en el acto. Cuando bajamos del coche, me sentí más pequeña de lo que realmente era, frente a la imponente fachada del internado Wycombe Abbey. En un lado de la portada había un cartelón de mosaico en el que decía " Internado para señoritas".
- ¿Internado? ¿ No voy a salir nunca, es eso lo que significa?
Recuerdo que cuando me portaba mal, mi madre me amenazaba con meterme en un internado, y se me quedó muy grabada esa expresión y entendí que aquello era un castigo
- Pero ¿ por qué ? He sido buena
Se me hizo un nudo en la garganta y las lagrimas afloraron a mis ojos. Ahora estaba todo claro: mi madre no deseaba verme por haberme portado mal y me ha traído a este horrible lugar. Esa sensación de orfandad al no ver a mis padres a mi lado, la frialdad del trato de mis tutores y el estar fuera de mi entorno, fue creciendo dentro de mí día tras día y año tras año. Mi carácter se fue moldeando y me volví una niña triste, poco habladora y solitaria. Recuerdo que el primer día de clase fue demoledor pàra mí. No conocía la disciplina que ellos imponían y al no seguirla, los castigos se sucedieron. Las habitaciones las compartíamos dos chicas, pero eran tan austeras que a veces daban la sensación de que eran celdas, y no dormitorios de niñas. Tan solo un osito de peluche era lo que me permitieron que estuviera conmigo.
Meredith, se llamaba la compañera con la que compartía el dormitorio. Era un año mayor que yo, por eso no nos veíamos en clase.
El toque de queda era a las ocho de la noche, y teníamos que estar con los dientes, la cara y las manos lavados, puesto el camisón, y hasta metidas en la cama. Hoy lo recuerdo casi con horror y considero que ese hermetismo con las reglas, amargaron nuestros mejores años. Una vez a la semana, por lo general los jueves, recibíamos la visita de nuestras familias, menos yo, que nadie vino a verme en mucho tiempo. Recuerdo que la primera vez que tocaba turno de visita, yo estaba impaciente y pensaba que a mis padres se les habría pasado el enfado y al fin acudirían. Pero no fue así, y sería imposible en lo sucesivo puesto que habían fallecido. Pero tampoco nadie de mi casa se acercó a verme, y harta de esperar, comprendí que no vendría nadie, ni recibiría ninguna carta . Que estaba como en una cárcel a perpetuidad. Y veía con envidia a Meredith, porque a ella si venían a visitarla.
Las que no teníamos visita, nos llevaban a la biblioteca y allí permanecíamos hasta que pasaba la hora, todas las familias se marchaban y nosotros íbamos al comedor, cenábamos, y a la cama hasta el día siguiente. En la biblioteca conocí a Mildred y nos hicimos amigas; ambas estábamos en las mismas condiciones.
Y así, lentamente, pasaron los días, los meses y los años. Y por fín entraría en el bachillerato. Era muy inteligente, a decir de mis profesores, pero mi carácter era taciturno, tímido y concentrado en sí mismo.
Un día, sorprendentemente, una de mis profesoras me anunció que tendría una visita: se trataba del albacea, mister Menzies, que tenía que tratar algunos asuntos con el director del internado y con mi tutor en los estudios. Terminaba en poco tiempo la fase de primaria y comenzaría secundaria. Supe mucho tiempo después que lo que tratarían sería amoldar mi cerebro para la carrera que iba a desarrollar: Económicas, dado que mi destino sería, como heredera del emporio familiar, dirigir la empresa y a los accionistas.
No me gustaban las matemáticas, pero inexplicablemente, tenía mucha facilidad para asimilarlas, aunque es no fue el motivo, al contrario me hubieran querido menos lista y algo más tonta.
Una vez terminada la entrevista con el director, me llevaron a la presencia del albacea en el mismo despacho. Me saludó impersonalmente, como si hiciera que me había visto cinco minutos. El mismo hermetismo y la misma frialdad que yo recordaba. Tan solo una débil sonrisa en su rostro al yo entrar en la estancia
- Señorita Randall, ha crecido mucho , está muy alta y bonita.
Me dieron ganas de decirle ¡ claro si hubieras venido mas a menudo, no lo notarías tanto ! . Pero me límité a sonreír levemente y a bajar la cabeza; me daba vergüenza el piropo que me dijo, seguramente nada más que por cortesía. Una vez se hubo marchado, subí a mi habitación y me miré al espejo para comprobar si en verdad había cambiado. Me giré para contemplarme desde todos los planos y al estar de frente, tiré hacia abajo la blusa del uniforme ajustándola a mi cuerpo, pero quedé decepcionada, yo seguía lisa como una tabla de planchar. Sólo se me ocurrió decir frente al espejo
- Bah, es un mentiroso. Es una mentira como todas las que me dijeron. Soy tonta, fea y delgada.
Y es que mi cuerpo estaba cambiando, dejando atrás la niñez y abriéndose paso los primeros síntomas de que ya no era tan niña. Pero seguía sin saber los cambios que en verdad experimentaría y que había visto en otras chicas en cursos delante del mio, por eso al tener mi primera menstruación me desmayé, y Meredith, mi compañera de cuarto, tuvo que llamar apresuradamente a la tutora, y fue ella la que me puso en antecedentes de lo que de ahora en adelante notaría, y por ello no debía alarmarme ya que era de lo más natural
- No debes asustarte. Te estás convirtiendo en una mujer, y serás preciosa
Aquella noche dormí muy molesta e incómoda, pero Meredith me dijo que ya me acostumbraría. Pero no pude evitar llorar; estaba asustada por aquello que me pasaba y que nadie me avisó que ocurriría. Y sin pensarlo, a pesar del tiempo transcurrido, eché de menos a mi madre. Me tapé la cara con la almohada silenciando mis sollozos y muy tarde, me quedé dormida
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