Tomó un taxi en el aeropuerto y con el informe eu su bolso, pidió que le llevara directamente al hospital, era la única dirección que de él tenía. . No sabía si reservar una habitación en un hotel, o al final se quedaría en el apartamento de él. Estaba muy nerviosa. Era un paso trascendental en su vida y no sabía si esa sorpresa iba a ser oportuna o por el contrario iba a desbaratar los planes que él pudiera tener.
Entró, y en información preguntó por la consulta del doctor Sheridan. La señorita que la atendió le indicó la planta, y la miró extrañada al verla con la maleta, que aunque no era muy grande, no era usual que fueran a una consulta con el equipaje. Se encogió de hombros y siguió atendiendo a las personas interesadas en algo. Isabel subió hasta la planta que la habían indicado, y en el control de enfermeras volvió a requerir ayuda para localizarle.
- ¿ Qué significa eso ? - pensaba Isabel. Ni siquiera se la ocurrió que pudiera ser que trataba de hablar con ella. En ese momento se mostraba indecisa; no sabía se avanzar hacia él, o esperar en su consulta. No quería ser inoportuna.
Felicity la respondió con una amplia sonrisa, al conocer de boca de Albert que era alguien muy especial para él, y tras unos instantes de charla, él se disculpó con su compañera, pues quería dejarla en casa y después regresar al hospital. Tardaron poco en llegar al domicilio de Albert, ya que no distaba mucho de su centro de trabajo. A penas pudo abrazarla de nuevo y mirarla detenidamente, como si fuera la primera vez que la viese. Ella se ruborizó un poco ante la intensidad de su mirada y la leve caricia de su mano sobre su mejilla. Sus ojos reflejaban ternura Isabel no se pudo contener y le besó con todo el sentimiento que su corazón llevaba escondiendo desde hacía tanto tiempo. El correspondió sin dudarlo, pero tuvieron que cortar la mutua pasión y dejarlo para más tarde: él debía regresar al hospital.
Albert salió corriendo Isabel quedó sola en el apartamento. Paseó la mirada por él. Era espacioso, moderno y funcional, como correspondía a un hombre soltero. Tenía una habitación grande con una cama también grande, otro dormitorio más pequeño, y otra que era el despacho de Albert. El salón bastante grande, con muebles tapizados en colores claros, luminosos, de buen gusto. Nada que ver con su modesto piso de Alcudia. Fue hasta la cocina, que la encantó. Con todos los electrodomésticos más modernos, luminosa y muy moderna. Llevó su maleta hasta la habitación más pequeña, y regresó a la cocina: le prepararía una cena para cuando llegara de operar. No conocía sus gustos culinarios; en realidad poco conocía de él, y eso sería algo para aclarar: no se conocían en absoluto. Pensó que una tortilla de patata estaría bien.
Rebuscó en los armarios los utensilios y se puso manos a la obra. Puso una botella de vino blanco en el frigorífico y sonriendo comenzó con la tarea. Era la primera vez que cocinaría para alguien que no fuera ella misma, y le agradaba ese papel. Pero al mismo tiempo pensaba en lo que vendría después de la cena. Por ese motivo no deshizo el equipaje: no sabía dónde dormiría. No habían hablado referente a ésto, y esa indecisión la tenía nerviosa. Necesitaba una orientación para saber cómo debía comportarse. Llamó a Celia, su confidente y amiga, y la puso al corriente de cómo había sido el encuentro, pero también la pidió consejo de cómo debía comportarse.
- Está claro que te ama y desea tenerte allí. Dale alguna facilidad; quizás el no se decida viendo tus reservas, así que da un paso adelante, y todo vendrá después.
¿ Debía ser ella quién se insinuase? Parece ser que si, que él también necesitaba algo para que diera el paso siguiente. Se echó una copa de vino: necesitaba envalentonarse, ya que el pudor podía más que su propio deseo.
Entró, y en información preguntó por la consulta del doctor Sheridan. La señorita que la atendió le indicó la planta, y la miró extrañada al verla con la maleta, que aunque no era muy grande, no era usual que fueran a una consulta con el equipaje. Se encogió de hombros y siguió atendiendo a las personas interesadas en algo. Isabel subió hasta la planta que la habían indicado, y en el control de enfermeras volvió a requerir ayuda para localizarle.
- Está en cafetería. Hasta dentro de dos horas no tiene quirófano, y está en su rato de descanso. Puede esperarle en esa sala o bajar a buscarle.
- Soy una amiga - la había dicho-. Creo que bajaré a buscarle ¿ Podría dejar en algún sitio la maleta, por favor ?
- Démela. La guardaré aquí. Recójala cuando suba.
- Gracias, muy amable
Volvió al ascensor y bajo hasta la planta en la que estaba situada la cafetería. Al entrar, todo eran batas blancas, pijamas verdes y corrillos de médicos y enfermeras que charlaban animadamente. Se paró en la puerta buscando a Albert. La estancia era muy grande y debía ser la hora de los descansos, pues estaba muy concurrida. Al fondo, en un rincón, le descubrió. Estaba charlando con una mujer vestida , al igual que él , con un pijama verde . Supuso que era una compañera y que por sus rostros, pensó que todo les debía haber ido bien, pues se les notaba satisfechos. Él, de vez en cuando sacaba su móvil y miraba fijamente la pantalla, y al hacerlo, su rostro cambiaba de expresión.
- ¿ Qué significa eso ? - pensaba Isabel. Ni siquiera se la ocurrió que pudiera ser que trataba de hablar con ella. En ese momento se mostraba indecisa; no sabía se avanzar hacia él, o esperar en su consulta. No quería ser inoportuna.
En un momento dado, con el ceño fruncido, Albert levantó la cabeza pasando una rápida mirada por la cafetería, y entonces descubrió a una tímida Isabel que le miraba sin pestañear. De un saldo se puso de pié, disculpándose ante su compañera, pero a grandes zancadas llegó hasta donde estaba Isabel
- ¡ Te estaba llamando ! - la dijo con alegría, lo que supuso un gran alivio para ella que en ese instante se desvaneció la duda que pudiera tener referente a él y a su móvil
- ¿ Te encuentras bien ? ¿ Por qué has venido ? ¿ Te ocurre algo ?
- No, no... No me pasa nada. Estoy bien y he venido porque tenía ganas de verte. Eso ha sido todo
Albert no se pudo contener y la abrazó fuertemente, acto que llamó la atención de los compañeros que tenía cerca y sobretodo de la doctora que les miraba sonriente desde su mesa. La tomó del brazo y la dijo:
- Ven. Estoy con Felicity, mi anestesista. Precisamente la comentaba que me tenías preocupado. Llevo llamándote toda la mañana sin poder comunicar contigo.
-Desconecte el móvil al subir al avión. No me he acordado de ponerle en funcionamiento de nuevo
- No importa. Estás aquí, eso es lo importante. De haber sabido que llegabas hubiera cambiado el turno; tengo quirófano dentro de poco- miró su reloj y la dijo - Te llevaré a casa. ¿ No has traido equipaje?
- Si, si. Lo tengo arriba en tu consulta. He venido desde el aeropuerto. Debo reservar hotel
- ¿ Vas a ir a un hotel?
- Pues eso pensaba...
- Crei que te instalarías en casa - dijo el desilusionado
- No quiero estorbar. Tendrás tus compromisos
- Mi único compromiso eres tú. ¿ Aún no lo sabes ?
Ella se le quedó mirando nerviosa. Era la primera vez que estaba en una situación semejante y no sabía cómo proceder. No quería que la tomase por una libertina. Al fin respondió:
- De acuerdo, me quedaré en tu casa
- Bien. Haré tu presentación y nos vamos de inmediato. So pena que quieras permanecer en el hospital hasta que termine de operar.
- Creo que mejor será que te espere en el apartamento. Estaremos más tranquilos ambos.
- Creo que mejor será que te espere en el apartamento. Estaremos más tranquilos ambos.
Felicity la respondió con una amplia sonrisa, al conocer de boca de Albert que era alguien muy especial para él, y tras unos instantes de charla, él se disculpó con su compañera, pues quería dejarla en casa y después regresar al hospital. Tardaron poco en llegar al domicilio de Albert, ya que no distaba mucho de su centro de trabajo. A penas pudo abrazarla de nuevo y mirarla detenidamente, como si fuera la primera vez que la viese. Ella se ruborizó un poco ante la intensidad de su mirada y la leve caricia de su mano sobre su mejilla. Sus ojos reflejaban ternura Isabel no se pudo contener y le besó con todo el sentimiento que su corazón llevaba escondiendo desde hacía tanto tiempo. El correspondió sin dudarlo, pero tuvieron que cortar la mutua pasión y dejarlo para más tarde: él debía regresar al hospital.
Albert salió corriendo Isabel quedó sola en el apartamento. Paseó la mirada por él. Era espacioso, moderno y funcional, como correspondía a un hombre soltero. Tenía una habitación grande con una cama también grande, otro dormitorio más pequeño, y otra que era el despacho de Albert. El salón bastante grande, con muebles tapizados en colores claros, luminosos, de buen gusto. Nada que ver con su modesto piso de Alcudia. Fue hasta la cocina, que la encantó. Con todos los electrodomésticos más modernos, luminosa y muy moderna. Llevó su maleta hasta la habitación más pequeña, y regresó a la cocina: le prepararía una cena para cuando llegara de operar. No conocía sus gustos culinarios; en realidad poco conocía de él, y eso sería algo para aclarar: no se conocían en absoluto. Pensó que una tortilla de patata estaría bien.
Rebuscó en los armarios los utensilios y se puso manos a la obra. Puso una botella de vino blanco en el frigorífico y sonriendo comenzó con la tarea. Era la primera vez que cocinaría para alguien que no fuera ella misma, y le agradaba ese papel. Pero al mismo tiempo pensaba en lo que vendría después de la cena. Por ese motivo no deshizo el equipaje: no sabía dónde dormiría. No habían hablado referente a ésto, y esa indecisión la tenía nerviosa. Necesitaba una orientación para saber cómo debía comportarse. Llamó a Celia, su confidente y amiga, y la puso al corriente de cómo había sido el encuentro, pero también la pidió consejo de cómo debía comportarse.
- Está claro que te ama y desea tenerte allí. Dale alguna facilidad; quizás el no se decida viendo tus reservas, así que da un paso adelante, y todo vendrá después.
¿ Debía ser ella quién se insinuase? Parece ser que si, que él también necesitaba algo para que diera el paso siguiente. Se echó una copa de vino: necesitaba envalentonarse, ya que el pudor podía más que su propio deseo.
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