Visitó el Colisewn y el Trastevere. No tenía más tiempo ni fuerzas para proseguir su periplo. Además tenia impaciencia por llegar a Taormina. Si le sobraba dinero, volvería a Roma, antes de partir de regreso a su pais. Degustó un trozo de pizza con una birra. Regreso al hostal y tras ducharse, se metió en la cama y no tardó en quedarse dormida: estaba rendida.
A la mañana siguiente estaba de nuevo, metida en un avión que la llevaría hasta el aeropuerto de Palermo, y allí podría tomar el tren o un autobús hasta Taormina, parada final de su viaje. Todavía sentía la sensación de su vuelo desde Australia, por eso es que cuando aterrizaron en Palermo, el viaje se le hizo cortísimo. En el mismo aeropuerto se informó de cómo llegar hasta la ciudad en que naciera su abuela, y eligio el autobús, que en poco más de tres horas, allí la dejaría. En la información del aeropuerto, le dieron folletos informativos de hospedaje de cualquier lugar de Sicilia, y señaló con un bolígrafo el que le aconsejaron en Taormina, por su precio y calidad.
Y llena de entusiasmo, nuevamente se vió sentada en el autobús que la llevaría hacia su destino. Tuvo la suerte de tener ventanilla. Deseaba llenar sus ojos del paisaje italiano, de aquel paisaje que tanto añoraba Anna y que la hubiera gustado le acompañase. Ya habían pasado varios meses desde su muerte, pero aún la recordaba con emoción. Quería vivir por ella todas las sensaciones, toda la emoción que hubiera sentido al retornar, después de toda una vida, al lugar que la vio nacer.
Y se encontró, plano en mano, frente al hotel que le habían recomendado en el aeropuerto . Estaba situado en el centro histórico de la ciudad, algo que la entusiasmó, pues de esta manera tendría todo más a mano. Entró decidida y reservó una habitación. Desconocía el tiempo que podría estar, pues todo estribaba en las gestiones que haría para tratar de localizar a alguien que aún viviese allí y que hubiera conocido a Anna María, y a lo mejor, con un poco de suerte, quizá viviese algún pariente aunque fuera lejano. La acompañaron hasta la habitación, que era cómoda, limpia y con vistas a la bahía y frente a sí, el Etna, poderoso y amenazante siempre. Satisfecha, deshizo el equipaje y se tumbó en la cama boca arriba contemplando el techo de la habitación. Tantas emociones y trasiego de aquí para allá, le habían rendido, pero la emoción que sentía podía con todo ello. Sacó de la maleta el diario de Anna Maria y lo guardó en el cajón de la mesilla. Aún no había leído su contenido. Aún la emoción la embargaba al contemplar la letra inclinada de su abuela. Allí comenzaría a leerlo y de este modo viviría en primera persona las sensaciones que ella tuvo en ese mismo lugar.
El fuerte sol inundaba sus pupilas. Ese sol que un día diera en el rostro de su abuela, y que era el mismo que ella sentía sobre su piel. Entornó los ojos y sonriendo evocó la Anna joven, que recordaba de algún retrato hecho antes de partir como emigrante hacia las Antípodas.
Se arregló un poco y señalando en el mapa el lugar del hotel, salió dispuesta a recorrer Taormina hasta la hora de la cena.. Pronto llegó a una calle espectacular, en cuesta y repleta de gentes que compraban recuerdos del lugar. Otras sentadas en las terrazas degustando cualquier refresco, inclusive pizza, ¡ cómo no !. Lo miraba todo con curiosidad, como descubriendo un nuevo mundo para ella, que en realidad era. Sacó alguna fotografía y al cabo de un buen rato, el cansancio la vencía por lo que se sentó en una terraza y pidió un refresco. Tenía sed y todavía hacía calor.
Contemplaba el ir y venir de los que por allí pasaban cuando vio a un muchacho, acompañado de varios otros, cuyo rostro le resultó familiar, pero no sabía de qué. Por más que lo intentaba no lograba saber dónde le había visto, hasta que de repente, recordó al que estaba escribiendo en la terraza romana.
- Verdaderamente, el mundo es un pañuelo. Es curioso ¿ Sería también un turista? . Pensé que era italiano- Desde luego la pinta que tiene es de ser de aquí-. Pensativa como estaba en sus reflexiones, no se dio cuenta de que otro chico le preguntaba si podía coger una de las sillas de su mesa.
- Signorina, posso prendere questa sedia?
- Oh, perdón ¿ cómo dice ? Soy extranjera. Non parlo italiani - le dijo torpemente
- Perdón. Le preguntaba si pòdía usar esta silla- la dijo el chico en inglés
- Desde luego.
- Grazie- . Ella le sonrió, y cortesmente el muchacho se reunió con sus amigos. Bella le siguió con la mirada. Él comentaba algo con ellos, y uno dirigió la mirada en su dirección, y nuevamente sus ojos se cruzaron. Pero esta vez no salió corriendo como en Roma, sino que la sostuvo. El muchacho sonrió levemente e inclinó la cabeza a modo de saludo, que ella correspondió de igual manera.
De vez en cuando giraba su mirada hacia el lugar en donde los chicos se divertian, y vió como unas muchachas se reunían con ellos. Se les notaba que eran amigos por la confianza que tenían entre si. Hubo una chica que al llegar se dirigió al muchacho desconocido y le besó en los labios, beso que él correspondió, por lo que dedujo que eran novios.
A la mañana siguiente estaba de nuevo, metida en un avión que la llevaría hasta el aeropuerto de Palermo, y allí podría tomar el tren o un autobús hasta Taormina, parada final de su viaje. Todavía sentía la sensación de su vuelo desde Australia, por eso es que cuando aterrizaron en Palermo, el viaje se le hizo cortísimo. En el mismo aeropuerto se informó de cómo llegar hasta la ciudad en que naciera su abuela, y eligio el autobús, que en poco más de tres horas, allí la dejaría. En la información del aeropuerto, le dieron folletos informativos de hospedaje de cualquier lugar de Sicilia, y señaló con un bolígrafo el que le aconsejaron en Taormina, por su precio y calidad.
Y llena de entusiasmo, nuevamente se vió sentada en el autobús que la llevaría hacia su destino. Tuvo la suerte de tener ventanilla. Deseaba llenar sus ojos del paisaje italiano, de aquel paisaje que tanto añoraba Anna y que la hubiera gustado le acompañase. Ya habían pasado varios meses desde su muerte, pero aún la recordaba con emoción. Quería vivir por ella todas las sensaciones, toda la emoción que hubiera sentido al retornar, después de toda una vida, al lugar que la vio nacer.
Y se encontró, plano en mano, frente al hotel que le habían recomendado en el aeropuerto . Estaba situado en el centro histórico de la ciudad, algo que la entusiasmó, pues de esta manera tendría todo más a mano. Entró decidida y reservó una habitación. Desconocía el tiempo que podría estar, pues todo estribaba en las gestiones que haría para tratar de localizar a alguien que aún viviese allí y que hubiera conocido a Anna María, y a lo mejor, con un poco de suerte, quizá viviese algún pariente aunque fuera lejano. La acompañaron hasta la habitación, que era cómoda, limpia y con vistas a la bahía y frente a sí, el Etna, poderoso y amenazante siempre. Satisfecha, deshizo el equipaje y se tumbó en la cama boca arriba contemplando el techo de la habitación. Tantas emociones y trasiego de aquí para allá, le habían rendido, pero la emoción que sentía podía con todo ello. Sacó de la maleta el diario de Anna Maria y lo guardó en el cajón de la mesilla. Aún no había leído su contenido. Aún la emoción la embargaba al contemplar la letra inclinada de su abuela. Allí comenzaría a leerlo y de este modo viviría en primera persona las sensaciones que ella tuvo en ese mismo lugar.
El fuerte sol inundaba sus pupilas. Ese sol que un día diera en el rostro de su abuela, y que era el mismo que ella sentía sobre su piel. Entornó los ojos y sonriendo evocó la Anna joven, que recordaba de algún retrato hecho antes de partir como emigrante hacia las Antípodas.
Se arregló un poco y señalando en el mapa el lugar del hotel, salió dispuesta a recorrer Taormina hasta la hora de la cena.. Pronto llegó a una calle espectacular, en cuesta y repleta de gentes que compraban recuerdos del lugar. Otras sentadas en las terrazas degustando cualquier refresco, inclusive pizza, ¡ cómo no !. Lo miraba todo con curiosidad, como descubriendo un nuevo mundo para ella, que en realidad era. Sacó alguna fotografía y al cabo de un buen rato, el cansancio la vencía por lo que se sentó en una terraza y pidió un refresco. Tenía sed y todavía hacía calor.
Contemplaba el ir y venir de los que por allí pasaban cuando vio a un muchacho, acompañado de varios otros, cuyo rostro le resultó familiar, pero no sabía de qué. Por más que lo intentaba no lograba saber dónde le había visto, hasta que de repente, recordó al que estaba escribiendo en la terraza romana.
- Verdaderamente, el mundo es un pañuelo. Es curioso ¿ Sería también un turista? . Pensé que era italiano- Desde luego la pinta que tiene es de ser de aquí-. Pensativa como estaba en sus reflexiones, no se dio cuenta de que otro chico le preguntaba si podía coger una de las sillas de su mesa.
- Signorina, posso prendere questa sedia?
- Oh, perdón ¿ cómo dice ? Soy extranjera. Non parlo italiani - le dijo torpemente
- Perdón. Le preguntaba si pòdía usar esta silla- la dijo el chico en inglés
- Desde luego.
- Grazie- . Ella le sonrió, y cortesmente el muchacho se reunió con sus amigos. Bella le siguió con la mirada. Él comentaba algo con ellos, y uno dirigió la mirada en su dirección, y nuevamente sus ojos se cruzaron. Pero esta vez no salió corriendo como en Roma, sino que la sostuvo. El muchacho sonrió levemente e inclinó la cabeza a modo de saludo, que ella correspondió de igual manera.
De vez en cuando giraba su mirada hacia el lugar en donde los chicos se divertian, y vió como unas muchachas se reunían con ellos. Se les notaba que eran amigos por la confianza que tenían entre si. Hubo una chica que al llegar se dirigió al muchacho desconocido y le besó en los labios, beso que él correspondió, por lo que dedujo que eran novios.
Llamó al camarero y abonó su cuenta, levantándose para regresar al hotel. Tomó su bolso, y al salir movió la cabeza en dirección donde estaban los jóvenes y vio que el desconocido la miraba sonriendo y la decía adiós con un ligero gesto de la mano. Ella correspondió con una inclinación de cabeza. Echó una última mirada al plano y se dirigió calle abajo alejándose del lugar.
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