Connor tenía un humor de perros. No le había gustado nada el despertar de aquella mañana. Y tomó la decisión de no hacer cábalas, sino seguir viviendo la vida como la tenía marcada hasta entonces. Sería lo mejor, olvidarse de ese absurdo que se había forjado sólo en su cabeza. Ella no tenía la culpa de no sentir nada por él, pero tampoco Connor de haberse enamorado de alguien y en tan poco espacio de tiempo. Pero era el caso, que se había instalado en su vida y le costaba un mundo arrancarla de ella. Posiblemente saliera de viaje a cualquier lugar y quizás,entonces, volviera con ánimos renovados. Aunque lo más sencillo sería rescindir el contrato de alquiler e irse a vivir a otro sitio.
Pero el lugar era ideal para él. ¿ Por la soledad de la casa o por la presencia de ella? La necesitaba cerca aunque sus encuentros fuesen fortuitos, pero sabía que en cualquier momento, y con cualquier excusa, podía verla. Si se marchara no volvería a verla nunca más. Y probablemente eso era lo que necesitaba, pero le faltaba valor para hacerlo.
Cuando quiso recordar, estaba frente a la casa de Mildred. Era una señorita de compañía de buena familia, pero de gustos caros y frecuentes. Decidió vivir la vida como ella quería y eligió la profesión de acompañante. En raras ocasiones tenía sexo con algún cliente. Sólo cuando ella quería y con quién quería. Cobraba espléndidamente su servicio. En algunos casos sólo escuchaba las lamentaciones del cliente de turno, o era la acompañante en una cena de negocios. Con Connor ni una cosa ni otra, pero sí era uno de los clientes con quién tenía sexo. Era fija desde hacía tiempo, y siempre recurría a ella porque no hacía preguntas sólo lo que él deseaba para realizar su trabajo, y nada mas. Connor salía alguna vez que otra con ella; la invitaba a comer o a cenar y después cada uno a su casa. Pero aquel día presentía que la visita iba a ser más duradera, hasta aplacar su mal genio que todos sabemos a qué fue debido. Decidió pasar el fin de semana con ella, olvidándose por completo de su cita con Anya. Tuvo la precaución de avisar a Madelaine para que no se preocupara y planeo junto a Mildred cómo pasar esos dos días.
Ella tenía una cabaña en Bundoran, en Donegal, y aunque no hacía temperatura para bañarse en su playa, si descansarían y darían paseos. Se conocían bien y sabía que ella escucharía sus lamentos y con un poco de suerte le aconsejara algo para poder olvidar ese incipiente amor que le traía de cabeza.
Pasaron esos dos días charlando de todo menos de lo que le había llevado hasta allí. No quería que nadie lo supiera; era algo muy suyo y deseaba guardarlo para sí. Dejó a Mildred en su casa y tomó el camino hacia la suya. Al llegar, excepto alguna luz en su casa, en la de Anya todo estaba a oscuras y su coche no estaba
Madelaine le informó que la señorita Anya se quedó muy sorprendida al conocer que se había marchado de viaje, cuando habían quedado citados para comer en ese día. Connor se llevó las manos a la cabeza en señal de disgusto; se le había olvidado totalmente
- ¿ Cómo he podido olvidarlo? Se me fue de la cabeza por completo. la llamaré ahora para disculparse.
- No está, ha salido de viaje y no sabe cuándo regresará. Es lo que me ha dicho. Vinieron a poner burlete en las ventanas, pero me comentó que alguien había entrado en su casa la noche de la fiesta y le daba miedo quedarse sola por las noches. Así que iría a un hotel hasta que todo se aclarase
- ¿ Me estás diciendo que entraron en su casa ?
-Eso mismo es lo que ella me dijo.
Se le puso la piel de gallina. Se había marchado y él no estuvo allí para protegerla, cuando lo necesitaba. Y así mismo se avergonzó al pensar en Mildred, no exactamente por ella, sino por lo que habían hecho durante esa escapada. Esperaría unos días a ver si regresaba y podían aclarar la situación. Si así no fuera, se replantearía fríamente el permanecer hospedado en la vieja mansión..
Pero los días pasaban y Anya no regresaba. No podía haber ido muy lejos: se había llevado a Bruno. ¿ Estaría en el pueblo ? No podía trabajar, los nervios no le dejaban quieto, así que decidió ir en su busca a ver si por casualidad estuviera en el pueblo. Eso sería lo mejor; tenía que ayudarla ahora que tenía miedo. Tenía que haber una explicación para que hubieran entrado en su casa. En el pueblo se sabía que no era rica y que su propiedad se limitaba a ese viejo caserón. No terminaba de entenderlo, pero lo averiguaría, y lo primero sería buscarla y encontrarla.
Pero el lugar era ideal para él. ¿ Por la soledad de la casa o por la presencia de ella? La necesitaba cerca aunque sus encuentros fuesen fortuitos, pero sabía que en cualquier momento, y con cualquier excusa, podía verla. Si se marchara no volvería a verla nunca más. Y probablemente eso era lo que necesitaba, pero le faltaba valor para hacerlo.
Cuando quiso recordar, estaba frente a la casa de Mildred. Era una señorita de compañía de buena familia, pero de gustos caros y frecuentes. Decidió vivir la vida como ella quería y eligió la profesión de acompañante. En raras ocasiones tenía sexo con algún cliente. Sólo cuando ella quería y con quién quería. Cobraba espléndidamente su servicio. En algunos casos sólo escuchaba las lamentaciones del cliente de turno, o era la acompañante en una cena de negocios. Con Connor ni una cosa ni otra, pero sí era uno de los clientes con quién tenía sexo. Era fija desde hacía tiempo, y siempre recurría a ella porque no hacía preguntas sólo lo que él deseaba para realizar su trabajo, y nada mas. Connor salía alguna vez que otra con ella; la invitaba a comer o a cenar y después cada uno a su casa. Pero aquel día presentía que la visita iba a ser más duradera, hasta aplacar su mal genio que todos sabemos a qué fue debido. Decidió pasar el fin de semana con ella, olvidándose por completo de su cita con Anya. Tuvo la precaución de avisar a Madelaine para que no se preocupara y planeo junto a Mildred cómo pasar esos dos días.
Ella tenía una cabaña en Bundoran, en Donegal, y aunque no hacía temperatura para bañarse en su playa, si descansarían y darían paseos. Se conocían bien y sabía que ella escucharía sus lamentos y con un poco de suerte le aconsejara algo para poder olvidar ese incipiente amor que le traía de cabeza.
Pasaron esos dos días charlando de todo menos de lo que le había llevado hasta allí. No quería que nadie lo supiera; era algo muy suyo y deseaba guardarlo para sí. Dejó a Mildred en su casa y tomó el camino hacia la suya. Al llegar, excepto alguna luz en su casa, en la de Anya todo estaba a oscuras y su coche no estaba
Madelaine le informó que la señorita Anya se quedó muy sorprendida al conocer que se había marchado de viaje, cuando habían quedado citados para comer en ese día. Connor se llevó las manos a la cabeza en señal de disgusto; se le había olvidado totalmente
- ¿ Cómo he podido olvidarlo? Se me fue de la cabeza por completo. la llamaré ahora para disculparse.
- No está, ha salido de viaje y no sabe cuándo regresará. Es lo que me ha dicho. Vinieron a poner burlete en las ventanas, pero me comentó que alguien había entrado en su casa la noche de la fiesta y le daba miedo quedarse sola por las noches. Así que iría a un hotel hasta que todo se aclarase
- ¿ Me estás diciendo que entraron en su casa ?
-Eso mismo es lo que ella me dijo.
Se le puso la piel de gallina. Se había marchado y él no estuvo allí para protegerla, cuando lo necesitaba. Y así mismo se avergonzó al pensar en Mildred, no exactamente por ella, sino por lo que habían hecho durante esa escapada. Esperaría unos días a ver si regresaba y podían aclarar la situación. Si así no fuera, se replantearía fríamente el permanecer hospedado en la vieja mansión..
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