De nuevo Fionna retomaba poco a poco la escritura de una novela. Todas las noches había vuelto a su antigua costumbre de adolescente de escribir sus impresiones diarias en el viejo cuadernillo. Lo cierto era que pocas novedades tenía que escribir, pero le venía bien para descargar su conciencia. Le remordía porque pensaba que no había hecho lo suficiente por buscar a Maxwell; se sentía responsable de su desaparición.
Ese pensamiento no la dejaba vivir y, trataba por todos los medios de desecharlo de su cabeza y todo ese remordimiento, lo plasmaba en las hojas del gastado diario, pero que no quiso reemplazar porque algo había en él que la unía a esa parte de su vida , cuando era casi una niña y vivía totalmente feliz, sólo pensando en ese principio de novio que constituía el jovencísimo, también, Maxwell y, los proyectos de ambos cuando cumplieran sus sueños. Unos sueños que habían quedado truncados por la guerra que en realidad no les atañía, pero que les alejó por la profesión de él. No quería pensar en ello, porque siempre terminaba llorando y depresiva. Quería salir del hoyo profundo en que su tristeza le había sumido desde que todo el conflicto comenzó y la idea de Maxwell muerto, la atormentaba noche tras noche.
Su vida se había convertido en una sucesión de días monótonos en los que nada alteraba su ritmo. Todas las mañanas salía a pasear con su fiel compañero Chimbo por los alrededores de su casa, paseo que no era muy largo ya que el lugar era pequeño. Algún día que otro se acercaba al centro si tenía que realizar alguna compra o deseaba tomar un té con alguien. Solamente tenía una amiga que era la joven del supermercado y con ella es que charlaba sentadas en algún pub. Y a su regreso a casa, hacía la comida y escribía el diario. Por las tardes, después de una pequeña siesta, veía televisión, y anocheciendo , se ponía delante del ordenador a escribir durante un rato sin mucho entusiasmo. Todo el ímpetu que había tenido al comienzo de su carrera, se había esfumado y la costaba reconocerse en esta mujer en la que se había convertido, casi una vieja prematura, a pesar de ser joven y sin entusiasmo. Es como si la ausencia de Maxwell se hubiera llevado también sus ganas de hacer cosas. Simplemente dejaba transcurrir los días, y todo le daba igual.
Por muchas recomendaciones que la hiciera su amiga, no conseguía sacarla de la apatía y la desgana, hasta que dejó de insistir, muy a su pesar. Comprendía su estado de ánimo cuando conoció la verdad de su comportamiento. Se confesó con ella en una tarde en que la añoranza era más fuerte, y entonces Aisling comprendió que sería inútil insistir mientras no se sobrepusiera a la depresión soterrada que sentía. Le daba mucha tristeza al ver esa mujer joven, bonita, inteligente y que había conocido el triunfo, se dejase abatir por ese sentimiento de ausencia y de culpa en el que se debatía. Trato de distraerla y consiguió que un día fuesen al cine a ver alguna comedia alegre en el que no hubieran conflictos ni de amor ni de ninguna otra clase. Y eligieron una comedia musical. Y disfrutaron mucho y recordaron la música de Abba y de otros intérpretes de su predilección comentando anécdotas vividas por ellas. mientras paseaban a la salida del cine. Y propusieron rematar la tarde con una buena merienda. Al despedirse quedaron en repetir la experiencia que hacia mucho tiempo dejó a un lado. Su amiga se alegró al comprobar que por primera vez desde que se conocieron se había reído y hasta tarareaba alguna de las canciones en su regreso a casa.
— ¿ Vas a venir a la ciudad en estos días ?
Ese pensamiento no la dejaba vivir y, trataba por todos los medios de desecharlo de su cabeza y todo ese remordimiento, lo plasmaba en las hojas del gastado diario, pero que no quiso reemplazar porque algo había en él que la unía a esa parte de su vida , cuando era casi una niña y vivía totalmente feliz, sólo pensando en ese principio de novio que constituía el jovencísimo, también, Maxwell y, los proyectos de ambos cuando cumplieran sus sueños. Unos sueños que habían quedado truncados por la guerra que en realidad no les atañía, pero que les alejó por la profesión de él. No quería pensar en ello, porque siempre terminaba llorando y depresiva. Quería salir del hoyo profundo en que su tristeza le había sumido desde que todo el conflicto comenzó y la idea de Maxwell muerto, la atormentaba noche tras noche.
Su vida se había convertido en una sucesión de días monótonos en los que nada alteraba su ritmo. Todas las mañanas salía a pasear con su fiel compañero Chimbo por los alrededores de su casa, paseo que no era muy largo ya que el lugar era pequeño. Algún día que otro se acercaba al centro si tenía que realizar alguna compra o deseaba tomar un té con alguien. Solamente tenía una amiga que era la joven del supermercado y con ella es que charlaba sentadas en algún pub. Y a su regreso a casa, hacía la comida y escribía el diario. Por las tardes, después de una pequeña siesta, veía televisión, y anocheciendo , se ponía delante del ordenador a escribir durante un rato sin mucho entusiasmo. Todo el ímpetu que había tenido al comienzo de su carrera, se había esfumado y la costaba reconocerse en esta mujer en la que se había convertido, casi una vieja prematura, a pesar de ser joven y sin entusiasmo. Es como si la ausencia de Maxwell se hubiera llevado también sus ganas de hacer cosas. Simplemente dejaba transcurrir los días, y todo le daba igual.
Por muchas recomendaciones que la hiciera su amiga, no conseguía sacarla de la apatía y la desgana, hasta que dejó de insistir, muy a su pesar. Comprendía su estado de ánimo cuando conoció la verdad de su comportamiento. Se confesó con ella en una tarde en que la añoranza era más fuerte, y entonces Aisling comprendió que sería inútil insistir mientras no se sobrepusiera a la depresión soterrada que sentía. Le daba mucha tristeza al ver esa mujer joven, bonita, inteligente y que había conocido el triunfo, se dejase abatir por ese sentimiento de ausencia y de culpa en el que se debatía. Trato de distraerla y consiguió que un día fuesen al cine a ver alguna comedia alegre en el que no hubieran conflictos ni de amor ni de ninguna otra clase. Y eligieron una comedia musical. Y disfrutaron mucho y recordaron la música de Abba y de otros intérpretes de su predilección comentando anécdotas vividas por ellas. mientras paseaban a la salida del cine. Y propusieron rematar la tarde con una buena merienda. Al despedirse quedaron en repetir la experiencia que hacia mucho tiempo dejó a un lado. Su amiga se alegró al comprobar que por primera vez desde que se conocieron se había reído y hasta tarareaba alguna de las canciones en su regreso a casa.
— ¿ Vas a venir a la ciudad en estos días ?
— No lo sé. Quizá, mas que nada por pasar un rato juntas. Ya veré. Quiero comenzar a escribir en serio. Se me ocurre una idea. He escrito un relato corto a modo de ensayo, porque aunque no lo creas, las ideas se oxidan si dejas de escribir. Te traeré la galerada para que me digas lo que te parece
—¿ Estás pensando en volver a lo tuyo?
— No lo sé..., pero creo que si
— Me alegro muchísimo — respondió Aisling— Me encantará leerlo; seguro que es estupendo
Y tras besarse, se despidieron yendo cada una de ellas a sus distintos domicilios. Al llegar a casa, Chimbo la recibió con entusiasmo al tiempo que nervioso lloriqueaba
— Si, ya sé que me has echado de menos. En compensación daremos un paseo antes de que se haga de noche. Vamos. Andando
Y salieron. Contento uno y sonriendo satisfecha la otra. Era la primera vez en mucho tiempo que se sentía distinta. La película la había sacado de su apatía; lo habían pasado muy bien y estaba segura que repetirían. Se dio cuenta de que su amiga, le era fiel y muy cariñosa, además se entendían perfectamente y estaban muy unidas. La confesión de su vida a Aisling, había producido el milagro de ser comprendida y a la vez querida por esa muchacha, que, aunque más joven que ella, la entendía perfectamente.
Esa noche retomó su diario con otro espíritu, más en el estilo de su adolescencia, sin tanto dolor, sin tanta amargura por los recuerdos. Se sentía más tranquila, más en paz consigo misma, y pensó que aquella tarde, tan normal, había conseguido abrir una brecha en el dique que contenía su espíritu de volver a retomar su vida y dejar atrás tanta amargura y tanto reproche.
No había nada que hacer; las cosas habían surgido así , aunque la tristeza por haber perdido al amor de su vida no la abandonara, pero presentía que la añoranza sería más llevadera, evocando los momentos mas felices que pasaron juntos y dejando en segundo termino los crueles que les separaron, sin tratar de olvidar, pero al menos guardarlos en un lugar recóndito de su corazón.
Y mientras tanto, en Londres, otra alma triste, trataba de organizar su vida, con los mismos pesares y nostalgias que ella. Sólo un par de horas en coche les separaba, pero ninguno de ellos podía sospechar lo cerca y lo lejos que estaban. Cada uno tenía motivos para la tristeza, sólo que Maxwell tenía a su hija y se centraba en ella principalmente; tenía que conseguir que Jasna fuera feliz y borrar de su preciosa carita, algún signo de pena al recordar a su madre
El director de su periódico y como compensación a lo vivido, se había hecho cargo del mantenimiento de su apartamento y lo dispuso todo para cuando llegasen y hasta había contratado a una señora de unos cincuenta años, viuda, sin cargas familiares, responsable y que al conocer la situación de Maxwell había aceptado sin reservas el puesto de ama de llaves, nany y cocinera del periodista, máxime al conocer que había una niña de corta edad huérfana de madre y de familia, ya que no tenía más que a su padre.
Stephanie agrado a Maxwell y fue recíproca la simpatía que sentían mutuamente, especialmente con la niña a la que adoraba y estaba pendiente de ella. Al conocer la situación del periodista, al ser informada por el director del periódico, algo dentro de ella le conmovía hasta lo más profundo, pero cuando conoció al padre y a la hija, su corazón se desbordó de sentimientos hacia ellos. Desde ese momento ellos serían su familia y les ayudaría en todo cuanto pudiera. Trataría por todos los medios de que Jasna recobrara la sonrisa. La llevaba al parque o paseaban, para después merendar y de este modo dejar a su padre algún momento de soledad para centrarse en retomar su vida.
—Stephanie— la dijo una mañana—¿La importaría quedarse con la niña durante media mañana? He de ir a realizar algunas compras y buscarla un colegio. Estaré con ella durante unos días, pero he de trabajar y quiero que esté escolarizada para cuando eso ocurra. No conoce más rostros que los nuestros y está algo atemorizaba. Deseo cuanto antes establezca contacto con otros niños, y así poco a poco que su vida se normalice.
Y mientras tanto, en Londres, otra alma triste, trataba de organizar su vida, con los mismos pesares y nostalgias que ella. Sólo un par de horas en coche les separaba, pero ninguno de ellos podía sospechar lo cerca y lo lejos que estaban. Cada uno tenía motivos para la tristeza, sólo que Maxwell tenía a su hija y se centraba en ella principalmente; tenía que conseguir que Jasna fuera feliz y borrar de su preciosa carita, algún signo de pena al recordar a su madre
El director de su periódico y como compensación a lo vivido, se había hecho cargo del mantenimiento de su apartamento y lo dispuso todo para cuando llegasen y hasta había contratado a una señora de unos cincuenta años, viuda, sin cargas familiares, responsable y que al conocer la situación de Maxwell había aceptado sin reservas el puesto de ama de llaves, nany y cocinera del periodista, máxime al conocer que había una niña de corta edad huérfana de madre y de familia, ya que no tenía más que a su padre.
Stephanie agrado a Maxwell y fue recíproca la simpatía que sentían mutuamente, especialmente con la niña a la que adoraba y estaba pendiente de ella. Al conocer la situación del periodista, al ser informada por el director del periódico, algo dentro de ella le conmovía hasta lo más profundo, pero cuando conoció al padre y a la hija, su corazón se desbordó de sentimientos hacia ellos. Desde ese momento ellos serían su familia y les ayudaría en todo cuanto pudiera. Trataría por todos los medios de que Jasna recobrara la sonrisa. La llevaba al parque o paseaban, para después merendar y de este modo dejar a su padre algún momento de soledad para centrarse en retomar su vida.
—Stephanie— la dijo una mañana—¿La importaría quedarse con la niña durante media mañana? He de ir a realizar algunas compras y buscarla un colegio. Estaré con ella durante unos días, pero he de trabajar y quiero que esté escolarizada para cuando eso ocurra. No conoce más rostros que los nuestros y está algo atemorizaba. Deseo cuanto antes establezca contacto con otros niños, y así poco a poco que su vida se normalice.
— No tiene que decirme nada más. Haga lo que tenga que hacer. Yo la distraeré. Ocúpese de lo que tenga que hacer, no se preocupe.
Maxwell daba vueltas alrededor de su despacho mirando el entorno como su fuera la primera vez que lo viera. Y es que había pasado mucho tiempo desde que saliera rumbo a Los Balcanes, y al retomar de nuevo su día a día, sin miedos, sin dolorosos recuerdos, todo pasaba ante él como a cámara lenta, como si todos esos objetos, tan conocidos, los viera por primera vez. Todo estaba en orden perfecto, limpio y arreglado, como si el tiempo no hubiese pasado. tenía la sensación que de un momento a otro la puerta se abriría y entrase un torbellino llamado Fionna a darle los buenos días y un beso de despedida para ir a la editorial. Pero ella no estaba y todo era distinto. Se dirigió hacia la librería, repleta de libros y acarició los lomos con cariño. ¡ Cómo los había echado de menos ! Y ahora ahí estaban de nuevo, impertérritos. Recordó y buscó uno en especial. Lo extrajo y lo abrió. Allí estaba a modo de marca páginas, una fotografía de ella que le había hecho en una excursión que realizaron. La extrajo y echó la cabeza hacia atrás para volver a vivir aquellos días que ahora estaban tan lejanos.
Fionna resplandeciente. Lo recordaba perfectamente el día que vivieron, y al llegar de regreso a casa, al acostarse hicieron el amor con apasionamiento. Y sin embargo ahora ni siquiera sabía dónde estaba. Quizá tenga otro amor en su vida, o casada, o simplemente deambulando sola por el mundo, ignorando cuanto la añoraba y cuanto la quería, a pesar de que Ana irrumpió en su vida, pero su unión era de un carácter distinto a lo que sentía por Fionna, a la que nunca había olvidado. Tomó la fotografía y la unió a otra de Ana. Quería ponerlas en un marco y tenerlas presentes a ambas, porque ambas fueron importantes en su vida.
Se dirigió a una joyería y compró tres marcos de plata. Primeramente, en una casa especializada, hizo una ampliación de la foto de Ana. Las enmarcó . Una la pondría en el cuarto de Jasna, en su mesilla de noche, para que tuviera siempre presente a su madre y, la otra la llevó al salón y la depositó sobre un mueble junto a un jarrón con flores que compró en la floristería que había cerca de casa. Ni siquiera sabía que flores habían sido sus preferidas. La de Fiona la pondría en su dormitorio , en su mesilla de noche, de este modo estarían presentes en su vidas.
Pensó que esa tarde iría al colegio junto con Stephanie y Jasna para su matriculación. De ahora en adelante todas las decisiones caseras, serían tomadas en <pétit comité> entre los tres. Mientras él trabajaba, sería Stephanie quién estuviese al cargo de la niña, por eso le pareció adecuado que estuviera al tanto en lo concerniente a ella.
Y así lo hicieron. Eligieron uno cerca de casa. en el que quedó inscrita.. Dejaría pasar esa semana para estar con su hija ya que en cuanto comenzase a trabajar la disfrutaría menos. De momento , lo haría en la redacción del periódico, ya que consideraron que no podía ejercer de corresponsal fuera de casa, como atención a las circunstancias que habían vivido, hasta que la niña fuese un poquito mayor.
RESERVADO DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora< rosaf9494quer
Edición< Junio de 2019
Ilustraciones: Internet < Dakota Johnson < Jamie Dornan
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