La luz de un nuevo día les sorprendió amándose intensamente y haciendo planes para ese día. Juntos volverían a casa de Maxwell y sería su primer encuentro con la niña. Fionna estaba nerviosa. Era algo totalmente nuevo para ella. Había pasado de hacer planes a desarrollarlos en cuestión de pocas horas. Esos episodios bailaban en su cabeza al escribir alguna novela romántica, pero eran reales y ocurrían en el día a día en cualquier lugar del mundo, pero ahora sería ella la protagonista y sabía que él no la perdería de vista ni un sólo instante, ni a ella ni a su hija. Todo su futuro dependía de esos encuentros que habían programado y que esperaban, ambos, tuvieran éxito, porque les sería muy difícil tener que dar marcha atrás. No lo merecían, pero así sería si Fiona fuese rechazada por la niña.
No había tenido tiempo de prepararse, de mentalizarse para ese nuevo papel que ella misma se había adjudicado, pero que estaba dispuesta a llevar a cabo. La encantaban los niños, pero Jasna era un caso especial. Llevaba impresa en su corta vida unos cambios demasiados extremos: la pérdida de su madre, trasladarse a vivir a un lugar extraño para ella, con otro idioma, con otros lugares distintos al que ella conocía, acudir al colegio, y quizá sufrir las burlas de sus compañeros. Aunque esto por fortuna no había ocurrido, pero tenía carencias afectivas de su madre.
No había tenido tiempo de prepararse, de mentalizarse para ese nuevo papel que ella misma se había adjudicado, pero que estaba dispuesta a llevar a cabo. La encantaban los niños, pero Jasna era un caso especial. Llevaba impresa en su corta vida unos cambios demasiados extremos: la pérdida de su madre, trasladarse a vivir a un lugar extraño para ella, con otro idioma, con otros lugares distintos al que ella conocía, acudir al colegio, y quizá sufrir las burlas de sus compañeros. Aunque esto por fortuna no había ocurrido, pero tenía carencias afectivas de su madre.
Maxwell hacía todo lo posible por llenar ese gran vacío, pero pasaba muchas horas fuera de casa; tenía que trabajar, aunque cuando llegaba al hogar, dejaba todo, por urgente que fuera, por atender a su hija y con paciencia infinita escuchaba sus relatos del día en el colegio.
Eso es lo que debía aprender Fionna y no había tenido tiempo para hacerlo. Hacía una vida en solitario y el cambio de un papel a otro era tan radical como sería su propia vida. Cuando llegase la etapa de vivir juntos, tendría que hacerse a la idea de que no estaban solos en la casa, que tendrían que contener sus emociones y dar prioridad a las de la niña ¿ Sabría hacerlo? ¿ Lo tendría en cuenta ?
Estaba pasando un examen mucho más duro que los de la universidad, porque ahora estaban en juego muchas cosas, y debían ocurrir rápidamente. Ni siquiera había tenido tiempo de hacerse a la idea.
En el otro plato de la balanza, contaba con la comprensión y ayuda de Maxwell. Él la iría mostrando el camino a seguir. Si él había tenido éxito, ella también lo tendría. Pero ¿ y si la niña la rechazaba? Son conocidos los celos que algunos hijos sienten por la pareja de sus padres y ella sería la segunda vez que se vieran. Recordó algo que vivió cuando se encontraron en los grandes almacenes: los dulces que llevaba en el bolso. Con ese detalle, seguro que Jasna recordaría la anécdota. Y compró los dulces como los de aquel día, y buscó un cuento acorde con la edad de la niña y esperaba ansiosa la hora en que se volvieran a ver. Ni siquiera se le había ocurrido comprarla algún juguete. No tenía nada con que poder jugar cuando llegase a casa. ¡ Qué torpe había sido ! Acostumbrada a vivir sola, ni siquiera había pensado en sorprender a Jasna con algún peluche.
Cuando Maxwell acudió a recogerla con la niña de la mano, estaba hecha un manojo de nervios, pero sólo la faltó un instante para quedar completamente enamorada de su dulce carita, que la sonreía metiéndose un dedito en la boca tímidamente. Les hizo pasar a la casa, y no dejaba de mirar a Maxwell, y con esa mirada le pedía sutilmente que la indicara si iba por buen camino. Él sonreía al contemplar a las dos mujeres de su vida.
En un cuenco de cristal, Fionna había depositado los dulces preferidos de la niña, y hacia ese objeto se dirigieron sus ojos una vez que su padre la indicó sentarse. Se dio cuenta de ello y creyó que había llegado el momento de entablar una charla para ganarse su confianza. Se arrodilló a su lado, para estar a su altura y siguiendo la dirección de los ojos de la niña, la ofreció los dulces, que la hicieron sonreír. Ella respiró aliviada dirigiendo la mirada a Maxwell que se mostraba tranquilo y observador. Ellos dos hablaban de todo lo referente a la niña: sus amigos del colegio, lo que había aprendido, y de vez en cuando era ella quién explicaba a Fionna alguna cosa. Se la veía natural y a gusto, algo que la tranquilizó, pensando que se haría su amiga en unos pocos días. Acordaron salir a dar un paseo y comer algo los tres juntos, como una pequeña familia. Ellas dos aceptaron gustosas. De esta forma y en armonía se cumplió el protocolo de su primera entrevista.
Maxwell, ya en su casa, sentó a la niña sobre sus rodillas y la preguntó qué le había parecido Fionna, y el día que habían pasado los tres juntos. La niña sonrió y dijo:
- Me gustan mucho los dulces que tiene. Son mis preferidos
Era una buena señal que lo hablaría con ella, cuando, al acostar a la pequeña, la llamara por teléfono para comentar cómo había transcurrido su primer día en compañía. Fionna casi estaba a punto de llorar; estaba esperanzada, nerviosa y emocionada. Tuvo que tranquilizarla durante un buen rato para que se convenciera de que a la niña la había gustado su compañía. Se volverían a ver al día siguiente. Parecía que el plan que habían tramado, les funcionaría
De este modo hicieron transcurrir varios días en que se alternaban las visitas a sus respectivas casas. Cuando acudían al domicilio de Fionna, la niña iba encantada porque jugaba con el viejo Chimbo, a pesar de que le había comprado peluches y muñecos para ella. Una idea bullía en su cabeza para ganarse definitivamente la voluntad de la pequeña: la compraría un pequeño perrito o un cachorro de gato. Le daría esa sorpresa el día de su cumpleaños, en que Maxwell prepararía una pequeña fiesta con sus amigos del colegio y algunos padres que acudirían a su casa. Había sido una magnífica idea y le entregó el regalo, cuando al partir la tarta, recibió los de todos sus amigos. Y su regalo fue un cachorrito de perro que enloqueció a la niña. Fiona se había apuntado un tanto muy importante. Se la veía feliz y muy cariñosa con ella. Por eso decidieron que había llegado el momento de que se instalara en casa de Maxwell, para que viera como algo natural la presencia de ella durante todo el día. Y si resultaba satisfactoriamente, pensarían en unir sus vidas definitivamente.
Así lo hicieron y pudieron respirar tranquilos, porque la niña lo había aceptado con naturalidad. Fionna la llevaba y recogía del colegio, comían, y al llegar Maxwell se reunían los tres en la sala y se contaban sus cosas cómo habían transcurrido en ese día. La niña no hizo preguntas, lo aceptó con naturalidad . Ambas se habían encariñado. Eran una pequeña familia y todo parecía estar muy lejano y hubieran vivido a sí toda la vida.
Habían cumplido con el ritual de cada noche. Leído un cuento hasta que se quedó dormida. Ellos se miraron, sonrieron y tomados de la mano se dirigieron a su habitación; había llegado su momento y a él se entregaron. Se besaban y reían, pero debían ser muy cuidadosos, porque la pequeña nunca había visto a su padre con una mujer en la misma cama y eso la chocaría.
Maxwell, ya en su casa, sentó a la niña sobre sus rodillas y la preguntó qué le había parecido Fionna, y el día que habían pasado los tres juntos. La niña sonrió y dijo:
- Me gustan mucho los dulces que tiene. Son mis preferidos
Era una buena señal que lo hablaría con ella, cuando, al acostar a la pequeña, la llamara por teléfono para comentar cómo había transcurrido su primer día en compañía. Fionna casi estaba a punto de llorar; estaba esperanzada, nerviosa y emocionada. Tuvo que tranquilizarla durante un buen rato para que se convenciera de que a la niña la había gustado su compañía. Se volverían a ver al día siguiente. Parecía que el plan que habían tramado, les funcionaría
De este modo hicieron transcurrir varios días en que se alternaban las visitas a sus respectivas casas. Cuando acudían al domicilio de Fionna, la niña iba encantada porque jugaba con el viejo Chimbo, a pesar de que le había comprado peluches y muñecos para ella. Una idea bullía en su cabeza para ganarse definitivamente la voluntad de la pequeña: la compraría un pequeño perrito o un cachorro de gato. Le daría esa sorpresa el día de su cumpleaños, en que Maxwell prepararía una pequeña fiesta con sus amigos del colegio y algunos padres que acudirían a su casa. Había sido una magnífica idea y le entregó el regalo, cuando al partir la tarta, recibió los de todos sus amigos. Y su regalo fue un cachorrito de perro que enloqueció a la niña. Fiona se había apuntado un tanto muy importante. Se la veía feliz y muy cariñosa con ella. Por eso decidieron que había llegado el momento de que se instalara en casa de Maxwell, para que viera como algo natural la presencia de ella durante todo el día. Y si resultaba satisfactoriamente, pensarían en unir sus vidas definitivamente.
Así lo hicieron y pudieron respirar tranquilos, porque la niña lo había aceptado con naturalidad. Fionna la llevaba y recogía del colegio, comían, y al llegar Maxwell se reunían los tres en la sala y se contaban sus cosas cómo habían transcurrido en ese día. La niña no hizo preguntas, lo aceptó con naturalidad . Ambas se habían encariñado. Eran una pequeña familia y todo parecía estar muy lejano y hubieran vivido a sí toda la vida.
Habían cumplido con el ritual de cada noche. Leído un cuento hasta que se quedó dormida. Ellos se miraron, sonrieron y tomados de la mano se dirigieron a su habitación; había llegado su momento y a él se entregaron. Se besaban y reían, pero debían ser muy cuidadosos, porque la pequeña nunca había visto a su padre con una mujer en la misma cama y eso la chocaría.
Maxwell estaba en el baño terminando su aseo y Fionna ya vestida se preparaba para comenzar el día, cuando de golpe se abrió la puerta dando paso a una inquieta Jasna que se tiró en tromba en la cama Se miraron casi con alarma y con la mirada, se dijeron en silencio
- Por pocos minutos no nos pilla
Eran sumamente cuidadosos con sus caricias en presencia de la niña, pero lo que menos esperaban es que se despertara de repente e invadiera el dormitorio. Maxwell la abrazó y les contó que un extraño sueño la había desvelado y no deseaba volver a su habitación. En lo sucesivo habían de ser más prudentes, y de ese modo no verse comprometidos en situaciones que pudieran darse.
- Por pocos minutos no nos pilla
Eran sumamente cuidadosos con sus caricias en presencia de la niña, pero lo que menos esperaban es que se despertara de repente e invadiera el dormitorio. Maxwell la abrazó y les contó que un extraño sueño la había desvelado y no deseaba volver a su habitación. En lo sucesivo habían de ser más prudentes, y de ese modo no verse comprometidos en situaciones que pudieran darse.
Debía acostumbrarse a que en la actualidad, su papa durmiera junto a la que iba a ser su mama y, debía tocar la puerta antes de entrar. Los tres juntos desayunaron con tranquilidad y cada uno de ellos comenzó su jornada con total normalidad.
Al llegar la tarde era la hora en que los tres se reunían para charlar, o salir de paseo con los perros y, entonces, mientras la niña se distraía jugando, Maxwell besaba a Fiona. Eso también debía ser normal, aunque Jasna estuviera delante. Tenía que acostumbrarse a las muestras de cariño de los que no tardando mucho sería un matrimonio. Era totalmente normal, sólo que la niña no había visto nunca a su padre besar a una mujer, ni siquiera a su mamá, porque era demasiado pequeña cuando Ana falleció y a penas la recordaba.
Pasó el tiempo y ellos se amaban y todo era tranquilidad en sus vidas; habían creado una familia estable y feliz. "Quizá demasiado feliz", pensaba a veces Fionna, que no terminaba de asimilar que todo hubiera sido tan fácil y al fin que sus vidas transcurrieran armónicamente feliz y sin complicaciones. Sin embargo, también observó que cada vez que Maxwell la besaba, abrazaba o gastaba bromas con ella, , al instante, la niña se subía a las piernas de su padre y se abrazaba a él. Esa conducta la extrañó, pero pensó que sería cosa de niños y una reacción normal entre ellos. Pero algo la alertó y, a solas, en su habitación, aquella noche lo comentó con Maxwell, que restó importancia a ello y simplemente dijo:
—No te preocupes, son cosas de niños. Posiblemente aún no se halla acostumbrado a ver que nos amamos. Ten en cuenta que esas expresiones totalmente naturales, ella las desconocía hasta hace poco. Cuando se acostumbre a ello, será de lo más natural y llegará un día en que no me haga ni caso.
Esa explicación no la convenció, pero al mismo tiempo pensó que no conocía a los niños, y probablemente fuese una reacción natural al ver que su padre compartía caricias con otra persona y no exclusivamente con ella. ¿ Eran celos ? Esa idea se quedó arrinconada en su cabeza y recordó cuando en la universidad estudiaba a los clásicos griegos y el complejo de Electra, tomó forma en su cabeza. La observaría por ver si era algo pasajero o había surgido una competición en ella por el amor a su padre.
RESERVADOS DERECHOS DE AUTOR / COPYRIGHT
Autora< rosaf9494quer
Edición< Junio 2019
Ilustraciones< Internet < Jamie Dornan < Dakota Johnson
No hay comentarios:
Publicar un comentario